Lo bueno de no ser Silicon Valley

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“Colombia se va a convertir en el Silicon Valley de América Latina”, declaró recientemente Iván Duque con absoluta vehemencia. Esa es la visión que necesita este país — ahora a trabajar — , pensarán unos. Ojalá, pero son aspiraciones de papel, pensarán otros.

Es un mensaje con un claro objetivo de fondo: apuntarle al emprendimiento y la innovación como motor de la economía. Hasta acá, nada nuevo. Hay suficientes estudios y datos que demuestran la importancia de estos factores para el desarrollo de un país. La pregunta, sin embargo, es si realmente queremos ser ese “Silicon Valley de América Latina”.

En principio la respuesta parece obvia: Silicon Valley lleva varias décadas siendo el principal centro de innovación e inversión en startups del mundo. Se ha vuelto, sin lugar a duda, el espacio indicado para acelerar exponencialmente las grandes ideas innovadoras a nivel global. En ese lugar mágico de California, donde las palabras ‘riesgo’ y ‘fracaso’ son el alimento diario, los grandes fondos de inversión encontraron el lugar perfecto para invertir sus recursos.

El sueño común del emprendedor, entonces, se convirtió en llegar a la meca de la innovación para mostrar su idea, recibir una inversión inicial, crecer, recibir una inversión abismal, crecer exponencialmente y — finalmente — escoger entre vender (exit) o salir a bolsa en Nueva York (IPO). El camino del emprendedor exponencial.

A esta visión se le suma el hecho de que el panorama en Colombia pinta bien. Entre 2010 y 2019 en Colombia se desarrollaron startups que, con ideas brillantes y trabajo duro, lograron entrar a ese ecosistema del crecimiento exponencial. Los grandes fondos de inversión, y por supuesto los ojos de Silicon Valley, finalmente le dieron luces de coqueteo a Colombia.

En este contexto, los fantásticos logros de startups colombianas en los últimos años dejan a Colombia con grandes expectativas de lo que puede alcanzar en esta nueva década que comienza. En momentos así, sin embargo, siempre es un buen ejercicio preguntarse cuál es el contexto detrás de la visión de éxito que cargan esas expectativas.

La obsesión por imitar ‘lo mejor’

El escritor Malcom Gladwell cuenta una historia fantástica. A finales del siglo XIX, en el café Guerbois de París, se reunía un grupo de amigos. El lazo que unía estas reuniones era el arte. Pero no era un arte erudito propio de esa época; era un arte que, por medio de pinceladas rápidas en staccato, mostraba lo cotidiano y los efectos coloquiales de la industrialización. Un arte para el pueblo, el arte de la inmediatez.

En un punto, este grupo de artistas se tuvo que enfrentar a un dilema. Para ser un artista reconocido en ese momento parecía necesario que sus obras se expusieran en el glamuroso Salón de la Academia, la institución de arte con mayor prestigio en el siglo XIX. Sin embargo, ellos sabían que su arte no cabía en ese concepto de ‘arte exitoso’. Debían decidir, entonces, si adaptarse a las expectativas de lo que se entendía como buen arte o si, por el contrario, continuar con la idea de lo que para ellos era el arte que aportaba valor.

Es común la tendencia a imitar los casos reconocidos para replicar un modelo exitoso. Será entonces lógico pensar que si (i) Silicon Valley es el mejor ejemplo de crecimiento exponencial, y (ii) Colombia le apunta a ser Silicon Valley, entonces (iii) Colombia debe ser el Silicon Valley de América Latina. Esto, sin embargo, tiene varios matices.

Volviendo a Colombia y la pregunta sobre las expectativas, puede ser un buen ejercicio para cada startup cuestionarse si lo que realmente quiere es ‘el camino del emprendedor exponencial’. Preguntarse si la meta última es llegar a ese glamuroso Salón de la Academia francés adaptado al Silicon Valley del siglo XXI. El éxito, para un modelo ultra competitivo como el de Silicon Valley, parece que se basa en tener como meta máxima la oportunidad de elegir entre un exit multimillonario o un IPO en la bolsa de Nueva York.

No pretendo dar un juicio de valor sobre el ideal de éxito que se debe o no se debe tener. Eso es algo que cada cual debe construir. De hecho, no me cabe duda de que más empresas exponenciales como Rappi le pueden aportar sustancialmente a Colombia. Si el camino que uno realmente quiere seguir es el del emprendedor exponencial, que así sea.

Lo que sí intento mostrar es un panorama con más variables y alternativas de caminos que se pueden tomar, los cuales pueden ser igual o más valiosos que el camino normalizado — el camino del emprendedor exponencial — . Pretendo, en últimas, cuestionar si imitar ‘lo mejor’ es necesariamente lo mejor. Poner sobre la mesa de una reunión de amigos artistas si lo mejor es llegar al Salón de la Academia o cambiar los estándares del éxito heredado.

La trampa del crecimiento exponencial

Como todo cambia, el Silicon Valley de hoy ya no es el Silicon Valley de hace 30 años. Sin dejar de ser un sitio mágico de innovación, también se ha vuelto un centro de inversión que — me atrevo a decir — se está saliendo de las manos. El dinamismo del mercado es inmediato y lo que ayer era una gran idea que recibió una buena inversión sujeta a metas estrictas de crecimiento exponencial, hoy fue reemplazada por una mejor idea con mayor inversión. La competencia es sumamente alta y, según expertos, el ambiente se vuelve cada vez más hostil.

Varios emprendedores reconocidos que llegaron hace unos años con el camino del emprendedor exponencial en la cabeza — Tim Ferris o Gary Vaynerchuk, por ejemplo — se han cansado de la cultura materialista y extremadamente competitiva que se ventila entre startups exponenciales. Y no es algo que sea sorpresivo: los fondos de inversión cada vez llegan con inversiones más agresivas, con enormes expectativas, y con metas de crecimiento semanal desproporcionales con la realidad.

Expertos advierten una próxima burbuja de las startups de tecnología y el caso de WeWork da luces de esto. Es un mercado extremadamente dinámico y sumamente agresivo financieramente. Es lo que hay que vivir para llegar a ese exit multimillonario o ese IPO soñado. All in. Sin importar lo que haya de por medio.

Resulta, vale anotar, que en el proceso hacia el crecimiento exponencial la ruta puede nublarse. Las metas pueden llegar a quemar todos los cartuchos, a perder el foco de lo que se pensó en un inicio, a dejar atrás la cultura corporativa y los procesos de selección para construir excelentes equipos. Hay casos en los que, incluso, los valores se confunden, los egos se alteran y el único norte es el retorno de inversión de cada decisión.

Estoy mostrando el peor panorama, por supuesto. Pero este contexto hay que analizarlo porque ‘lo mejor’ siempre tiene grises. Grises que se deben entender, y aún más si hacia allá queremos llegar como país.

Caminos diferentes

Durante la primera mitad del siglo XIX, el arte era de eruditos, para la élite, y tenía poca relación con el día a día de las personas. En efecto, las pinturas de la vieja iconografía religiosa nada tenían que ver con el bullicio del mundo contemporáneo. Los artistas del café Guerbois lo sabían y para hacer un cambio debían alejarse de las expectativas y estándares de ‘lo mejor’, según lo impuesto por el Salón de la Academia.

Monet, Renoir, Degas, Pissarro, Manet y Cézanne lo entendieron. El arte del Salón de la Academia no era el arte que se necesitaba en ese momento de revolución industrial convulsionada: el arte de lo urbano y lo burgués. Como artistas, las expectativas que los eruditos tenían sobre ellos eran orientadas a superar lo entendido como ‘lo mejor’, no en presentarles un arte sustancialmente diferente. Así fue como, arrugando las expectativas, mantuvieron su estilo y se apartaron del glamour de lo esperado.

De modo similar, la buena noticia frente a las expectativas del crecimiento exponencial que se promueve en Silicon Valley es que hay alternativas y — como en todo — no hay un camino único. En efecto, lo bueno de no ser Silicon Valley es que podemos elegir. Propongo, entonces, buscando perspectiva, tener lo siguiente en mente para el contexto inquietante de tecnología que vive actualmente Colombia:

  1. Querer ser una startup exponencial no es excluyente con quemar los valores y mantener como único indicador de éxito el retorno de inversión. Si el fin último sigue siendo el exit multimillonario o ese IPO soñado, puede ser importante pensar cómo poner por encima de esa meta final una estrategia con foco y reflexión permanente sobre los cambios y los retos diarios.
  2. ‘Exponencial’ es sólo uno de los apellidos de emprendimiento. Pareciera que nos han metido en la cabeza que si uno no es un emprendimiento exponencial entonces no es emprendimiento del todo. Falso. Crecer a ritmos desacelerados también es valioso y, de hecho, aunque el retorno monetario sea más bajo, el aporte en otros aspectos humanos puede ser mayor. Ciertamente, menos angustia por crecer aceleradamente puede derivar en mejores equipos, mejor calidad y muchos menos dolores de cabeza.
  3. Mantenerse pequeño, o crecer despacio, no es ser mediocre. El valor no se debe medir por la facturación. En efecto, el valor se debe medir por lo que uno aporta, no por lo que uno recibe. Como dicen los cofundadores de Basecamp en su libro Rework “no seamos inseguros por querer ser un negocio pequeño. Todo el que tenga un negocio sostenible y rentable debe estar orgulloso de sí mismo”.

Es un excelente mensaje apuntarle al emprendimiento y la innovación como motor de la economía. Hay mucho por hacer en este sentido. Sin embargo, el tema no es sólo hacia dónde crecer, sino cómo queremos crecer. El crecimiento exponencial trae sus abismos y, quizás, un crecimiento más sostenible y reflexivo puede funcionar mejor en un contexto como el colombiano.

Hay mucho que aprender de Silicon Valley, pero no pretendamos ser ellos. Seamos nosotros. Con nuestras propias necesidades. Con nuestras propias nociones de éxito. Con un pensamiento a largo plazo que construya y aporte de fondo.

El movimiento impresionista comenzó alejándose de las expectativas de éxito. Ese grupo de amigos que reflexionaba en el café Guerboi de París abrió su propia galería, a su modo, y expusieron el arte que ellos consideraban relevante para ese momento. Esa pequeña galería en París, poco a poco, le abrió las puertas a cientos de movimientos artísticos que marcarían la historia de forma definitiva.

Nicolás Pinzón

Cofundador y Productor de 13% Pasión por el trabajo | Abogado de Emprendimiento

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